¡Shalóm Ahora! Que no falte tu voz en el clamor
porque termine esta farsa y amanezca por fin la Redención
porque termine esta farsa y amanezca por fin la Redención
Javerím, queridos amigos, Shalóm:
Quién pudiera hoy escribir, desde el dolor que transige el alma, las palabras precisas que mitiguen la profunda desazón, la frustración y la rabia. Quién se sentará hoy, con serenidad indiferente, y dirá algo, lo que sea, que escape del contexto del pueblo de Israel que sufre la traición del enemigo interno que actúa desde dentro de nuestras propias entrañas, cual un tumor drenando las fuerzas de un cuerpo espiritual que lucha por vivir, y ensuciando una tierra que nos es connatural y sabe llorar como nosotros.
"VaEtjanán", comienza diciendo nuestra parasháh: "Y supliqué a Hashém en ese momento", relata Moshéh al pueblo de Israel, avanzando en el resumen que completará antes de consumar su despedida. El valor numérico de "VaEtjanán", en letras hebreas, es 515: el mismo de "Shiráh" (canto, poesía); y el mismo de "Tefiláh" (plegaria). Moshéh está relatando al pueblo acerca del máximo ruego que hizo a Hashém. La sentencia era clara: Moshéh no entraría a la tierra de Israel, sino que moriría en el desierto. Moshéh sabe que, si continúa al mando de su pueblo, le será dado construir el Beit-HaMikdásh; y el Beit-HaMikdásh, el Templo construido por él, jamás será destruido. Bien otra habría de ser la historia -también lo sabe- si Hashém no revoca la sentencia, y le obliga a morir en el desierto. De modo que hace un último intento: "VaEtjanán".
Nos enseña Rash"i al respecto que el tipo de plegaria llamada "tejináh" (de cuyo nombre se construye "VaEtjanán") tiene la siguiente peculiaridad: en ella, el hombre no pide nada al Creador en función de los méritos que pueda haber hecho para merecer lo pedido. En la "tejináh", se suplica a Hashém "matanát-jinám", un "regalo gratuito", un acto de bondad suprema concedido al llanto y a la súplica mismas, una acción de pura misericordia aislada de todo el contexto vital de quien se entrega a suplicar. Pero hay más: ésta, es la última de apenas tres ocasiones en que Moshéh le expresa al Creador: "no dejaré de pedir hasta que me Indiques claramente si Aceptarás mi pedido". Esto es "VaEtjanán".
Mas, ¡cuán lejos de nosotros la capacidad de dirigirnos así al Creador!, cuán poco sabemos y cuán poco mérito tenemos, y cuán mínima nuestra estatura espiritual. Ni siquiera la generación de Mordejái y Esther tenían capacidad de establecer tal tipo de comunicación con Hashém. Por consiguiente -leemos en Esther 4- se entregaron a un "alarido grande y amargo" (ze'akáh guedoláh umaráh), gritaron desde el fondo de sus corazones pidiendo ser salvados de la tragedia que se cernía sobre el pueblo todo. Cuando al "alarido grande y amargo" se suma "be-béji", con llanto, volvemos a tener la misma cifra 515 que para los otros tres niveles mencionados de plegaria frente al Creador. Esa cifra 515 de la plegaria que, cuando se junta con el Nombre impronunciable en que se manifiesta la Misericordia de Hashém, cuyo valor numérico es 26, da por resultado 541: el valor de la palabra "Israel".
Es que la existencia de Israel es dialéctica: para que sea realidad la singularidad trascendental de Israel, tiene que existir esa comunicación biunívoca, en uno de cuyos polos se encuentra nuestra plegaria, y en el otro, Hashém, atento a nosotros, desde Su expresión en el Nombre Sagrado de los Rajamím, el nombre de la misericordia divina. De ese diálogo nace la vitalidad de Israel.
Pero, ¿qué hacer, cuando nos enseñó Rabí El'azár (Tratado de Berajót 32b): "Desde el día en que se destruyó el Beit-HaMikdásh, se cerraron los pórticos de la tefiláh"?. El mismo nos responde a continuación: "los pórticos del llanto no se cerraron": hay que aprender a entrañar el dolor inmenso por el exilio espiritual que vivimos, y llorar, llorar sinceramente clamando a Hashém por Redención, para renovar la comunicación, para restablecer el lazo que dará lugar, otra vez be"H, al resurgir de la luz sagrada de Israel.
Son días de golpearnos el pecho, de aprender a elevar el "alarido grande y amargo" y llorar, porque nos cerca la oscuridad y nos ha invadido, y ahora nos ataca desde dentro sin pudor. Hay que romper la costra de indiferencia que ha alentado la profanidad en nuestros corazones, poner a latir el alma, y de pronto, despertar por fin al pavor de lo que nos rodea, abrir la conciencia a percibirlo hasta que se nos haga por completo insoportable, y por fin, sí, entonces, llorar a gritos pidiendo GueUláh, pidiendo que la luz de la Verdad hienda las terribles tinieblas que nos pesan. Ejercer nuestra vocación de belleza y consagración, cual desde el canto cuando triunfales en la revelación y la consagración, hoy desde el llanto.
Y sabemos desde siempre que el Mal acecha siempre aguardando su oportunidad, aguardando que Israel se desconecte de Hashém por un instante siquiera para poder enquistársele dentro. Tal aconsejó el brujo Bil'ám a Balák rey de Moáb en su momento: si quieres vencer a Israel, tienes que desconectarlo de su sacralidad, tienes que tentarlo para que profane su lazo con el Creador. Y entonces: las doncellas moabitas, la prostitución, la vergüenza, la mortandad en el seno del pueblo, sálvenos Hashém de todo ello.
Así, hoy, cuando quienes lideran a gran parte del pueblo de Israel le mantienen desconectado adrede de la matriz sagrada de la Toráh y le revuelcan en fangos paganos, volvemos a saber en carne propia que, sólo si (Vaikrá -Números- 18) "Y cuidaréis para vosotros mis estatutos y mis juicios, y no hagáis ninguna de esas inmundicias (...)", en ese caso, "no os vomitará la tierra" de Israel, y no os expulsará de ella. Mas, de lo contrario, la tierra creada para la sacralidad, la tierra milagrosa en cuyo centro se halla el sitio del Templo que conecta el mundo inferior con los Mundos Superiores, no soportará la iniquidad, la conducta inmoral de Israel; y es entonces cuando la desgracia se cierne sobre pueblo y tierra por igual, exiliados ambos en sí mismos, en la humillación y el grito que brota de todos los pechos concientes, que clamamos por Shalóm.
Hemos hablado mucho acerca del "Shalóm", la paz judía de la plenitud verdadera. No esta vergüenza que, desde la herencia maldita del imperio romano, intentan los malvados de turno vendernos otra vez. Ya lo denunció lacónicamente Cayo Cornelio Tácito, hace cerca de dosmil años: "Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant" (Al lugar en que hacen un desierto, lo llaman paz).
Parashát Devarím, la semana pasada, culminó con la sentencia "Ló TiraUm", "no les temerás" (a tus enemigos, a los enemigos de la Verdad). Esa promesa está sustanciada en el lazo biunívoco entre Israel y el Creador, en la consagración, en el ejercicio y la sabiduría de la Toráh como herramientas exclusivas para producir la enmienda -tikún- de la Creación. Sobre el final de "VaEtjanán" (Devarím -Deuteronomio- 7:9), se repite el compromiso, advirtiendo que Hashém cuida y preserva "haberít ve hajésed", "el pacto y la piedad" para Israel conectado a su Toráh. Si a la sentencia "Ló Tiraúm" le sumamos la garantía "bí" (dicho por Hashém: "en Mí", o sea, apoyado y garantizado por Mí, y "a Mi cuenta"; ver por ejemplo Bereshít -Génesis- 22:16), su valor numérico es 700: el mismo que el de "haberít ve hajésed", el pacto (con Hashém) y la piedad (para con nuestros semejantes): la conducta que Israel debe enmendar en su vida para obtener la Redención, y liberarse del temor y la derrota que nos inflige, hoy mismo con saña, la ceguera producto del mal.
Quiera Hashém que seamos capaces, de enmendarnos, de sensibilizarnos, de llorar sinceramente, de pedir con acierto y sin mezquindad, de ser Bien y hacer el Bien. Y quiera Hashém abrir para nosotros las puertas de la Misericordia, liberarnos ya mismo del yugo depravado y cruel de los enemigos internos y externos de Israel, y atraer la pronta Redención, luz y belleza de Shalóm verdadero para todos, pronto, ya en nuestros días, Amén.
Shabát shalóm, con mi bendición para vosotros,
Por | Daniel Ginerman
Vía | Facebook y eduplanet.net
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